A Circe
Te miro a la distancia.
Alzas tu cabeza al cielo,
Danza un frio albor en tus parpados.
Te llaman otros astros,
algo jala tus entrañas hacia el cielo.
Mientes.
Dulcemente llamas hogar
a este puño de tierra.
Pones sobre la almohada tu cabeza
y dices soñar,
pero no es cierto.
Giran en tus ojos
todas las visiones del infinito.
Escucho los soles ardiendo en tus labios
cuando guardas silencio.
Algo llama
y su voz
es el insomnio de todas las noches,
es este liquido
que va llenando los pulmones.
Quien sabe a dónde estás yendo.
Se infla la ausencia,
echa raíz dentro del pecho.
Desde hace mucho
la distancia clavó su ponzoña a mi costado,
Se enrolló en mi cuello como una serpiente.
Crece.
Basta quedarse inmóvil
para que se hinche
igual a un tumor.
Basta querer decir tu nombre
y no decirlo.
No es suficiente andar.
Algo dentro de mí se está pudriendo.
Se cae a pedazos.
Soy podredumbre,
nido de larvas,
barca encallada.
Quizá sea algo de la carne,
un musculo defectuoso del cuerpo,
un hueso atrofiado,
un pie cojo.
Quizá la distancia es no saber andar a tu ritmo,
no ver los astros que señalas,
no ser uno de ellos.
Estar lleno de algo pesado.
Plomo quizá.
Quizá la sed.
Quizá todo el olvido acumulado
a través de los años.
Arderán
quizá unos siglos
pero acabarán consumiéndose.
El viento dispersará las cenizas.
Y seguirás viendo los astros
sin notar los incendios
que tengo para ti
esperándote.
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