Coquetear por deporte,
por mero juego.
Bajar un par de estrellas para las niñas ciegas,
decirle poemas a las aves que migran,
pintar murales sin color ni forma,
coquetear simplemente por aburrimiento,
por intento,
por necesidad,
por naturaleza,
coquetear porque para eso se ha hecho el hombre,
para regar semillas de amor por el mundo
y que den flores de solo una noche.
No coquetear por sexo nunca,
solo fluir como una hoja
por las mujeres de viento,
ser soplado como diente de león,
usar algún adorno,
una corona,
un collar de perlas negras
que digan que eres
el guerrero más fuerte de la manada,
el más valiente
por desollar con
tus manos ingenuas palomas,
tener el rostro
manchado de sangre
y sentirte orgulloso de todo lo que has hecho morir de
hemorragias.
Coquetear por deporte,
por tener miedo de que se caiga el pelo del cráneo
o de que un día los músculos ya no aprieten la carne
contra el hueso,
temer no encontrar al futuro
y no saber dónde se encuentra
pero que esté por
todo lados asfixiándonos.
Coquetear por asfixia.
El miedo es el tiempo asfixiándonos.
El miedo es la luna viendo el amanecer inminente,
los amantes que saben sus nombres
y el tamaño de sus cicatrices.
El miedo es conocer plenamente al otro
y saber donde va a fallar,
que día,
a que hora,
cuantos huesos va a romperte
y el tamaño del cráter tras su impacto.
Coquetear para probar lo valientes que somos,
lo grandes que son nuestras garras,
coquetearle al sol
para hacer
eclipses
hasta que se nos quemen las manos
y mostrar,
orgullosos,
nuestras llagas ante el pueblo.
Coquetear por deporte,
por mero juego,
por que estar rodeado de mil hembras hermosas
es la forma más bella de estar solo.